En el mundo de los hiperautos la velocidad, más que un lujo, parece una urgencia técnica. Amerita todo lujo posible. Cualquier exceso es permitido. Cualquier capricho debe ser cumplido. Pide prestadas de un abanico de disciplinas soluciones para el desarrollo de sus sistemas complejos que van desde las premisas de la aeronáutica, de la aviación o de la industria aeroespacial. Las técnicas deben estarles dispuestas. Aquí todo es posible sabiéndolo acomodar, ya sea de una fábrica dentro, alrededor de una pista de aterrizaje, o dentro de un casco de fibra de carbono.
En Ängelholm, Suecia no hacen falta más de una treintena de personas (eso sí, con un alto e insuperable nivel de especialización) para resolver dos urgencias fundamentales. Una, la del mercado multimillonario, donde la meta consiste siempre de inventar y manufacturar deseos para gente que lo ha tenido todo y la segunda, que da pie a ésta, la de autorrealización de un hombre que no puede dejar de cumplir sus sueños.
Un legado para superar
No se trata de otro automóvil más solamente. De otro modelo en tendencia que al siguiente día vuelve o reaparece. En realidad casi nunca lo es. En este nuevo testamento del automovilismo pocas leyes ha cambiado. Ya sea desde aquéllos Ford modelo T donde se depositaban soluciones asequibles para cumplir necesidades de carácter funcional o de un Agera que provee narrativas, aspiraciones estéticas y de estatus con valores insuperables de precisión, seguridad y rapidez.
Aquéllos significados del automóvil progresaron de su corta prehistoria entre las variables del cambio social, de nuevos y constantes cambios tecnológicos para concebirse como bestias de alta costura. Porque una obra de arte, aún sin ésta se trata de una máquina, tiene que estar hecha a mano, pues en la forma Koenigsegg nos cuenta una narrativa única y comunica con su programática e ingeniería, sin querer queriendo, la sobrecapacidad del ser humano.
Todos sus autos cuentan con una lógica de funcionamiento técnico elemental: el de la conducción eficaz. Tanto en la calle como en la pista, la experiencia debe estar investida de potencia y de control, pues el estar detrás del volante de un auto Koenigsegg provee un juego ilimitado de manejo.
La nueva promesa
El One:1, el Agera, o su predecesor, el CCR, cuentan la historia de una conquista. De varias, en realidad: la de los materiales, en donde la fibra de carbono dialoga con ecosistemas de aleaciones y compuestos (prestados de las premisas de la industria aeroespacial) para volver al auto inmune; el de la aerodinámica, en donde la forma debe someter al piso cientos de caballos de fuerza encerrados dentro de sí sin dejar de ser el perímetro de una obra de arte, e incluso la conquista de un valor físico que esconde una lección atemporal, a primera vista básica, pero que es al final de cuentas el propósito al que obedecemos: el de la velocidad.
Detrás de un auto Koenigsegg se encuentra montada una puesta en escena. Nos es narrada, bajo su versión, la historia de la velocidad. Del cómo fue sometida, comprimida y constituida gracias a los signos que le fueron prestados, ya sea de aviones, de los pájaros o del trueno. En su forma está sugerida una gracia absoluta, un sueño realizado. Un valor que fue civilizado.